miércoles, 19 de octubre de 2011

El tonto y la Damaris Parte II






Cuando dijo eso se me escapo una sonrisita maliciosa... tras escupir esa risa picarona, ella se hizo la desentendida, Samanta nos acompañó camino a la habitación de Damaris al entrar se acomodo en una de esas camitas de perro – hediondas y llenas de pelo- en una esquina de la pieza. La habitación estaba pintada de un color oscuro, medio tétrico, opaco y feo, olía a humedad como si no hubiera abierto la ventana durante semanas, pero a mí me dio lo mismo, observé los detalles del lugar, el techo estaba medio tapizado de poster de grupos medios diabólicos, con extrañas manchitas rojas que parecían reales… en fin, su pieza era un asco igual que su decoración y el perro.

Ponte cómodo – agregó- mi cama está un poco desordenada, pero siempre esta así y al decir eso en un movimiento experto se quito cuanta ropa le sobraba quedando solo con la falda, calcetines, y blusa, de su blusita se traslucía un hermoso encaje negro, voluptuoso, redondito, delicados y elegantes para su edad tierna. Me quede pegado en esa imagen, hasta que ella puso de golpe sus manos en mi cara y mirándome rápidamente me ataco con un beso salvaje, rabioso y muy húmedo-para mi gusto- , como una mescla y mala combinación de rudeza y amor. Me quede inmóvil. De un golpe me volcó sobre la cama, con un movimiento audaz se sacó la blusa y dejo al desnudo su piel extremadamente pálida y suave con sus tiernitos encajes negros. Me dijo al oído que me quería, que me quería desde hace meses y que no podía vivir un día más sin probarme. Acepte.

- Yo igual te quiero Damiris, te quiero- agregue extasiado, vuelto loco por las hormonas de mi adolescencia.

- ¿Qué dijiste? ¿Damiris? ¡Odio cuando pronuncian mal mi nombre!- dijo ella totalmente fuera de sí.

Samanta se puso a ladrar como loca, “¡cállate cosa fea!”, le grite al animal, mientras trataba de calmar a Damaris por mi necio error.

-No te enojes tontita, escuchaste mal, ¿cómo me voy a equivocar en eso?- agregué con ganas de que me crea.

Se rió incrédula, de sus sostenes negros se asomaba un poquito de sus palidos pechos, ¡huy!. Samanta sintió mi mirada psicópata hacia su dueña y se arrimó a Damaris, perro de mierda…

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