martes, 14 de diciembre de 2010

El año de los silencios,


Hoy mismo, hace un año estaba disfrutando de mis sagrados 20 minutos de soledad, que maravilla más grande darme ese lujo para mi sola, en un contexto estúpido de tan lleno, como es un terminal de buses… en verdad los días nunca pasan como uno cree, y así todo cambio, quizás mágica, mística, tétrica, o misteriosamente. La Pao, mi amiga intelectual, mi amiga de risas y música, y de poemas y libros, había muerto en total simpleza frente a mis ojos, frente mío, tan inocente y pura. Tan ella. Pero eso no me basta, el año, este primer año de su muerte ha sido una cosa extrañísima, momentos especiales, penas, llantos, visitas, eventos, cumpleaños, navidades, años nuevos, todo coincide en la fecha más complicada de todos los tiempos, nada es lo suficientemente llenador cuando algo así pasa, cuando se te va de las manos alguien importante y no puedes hacer nada más que ir a ver como la sepultan, de ver como aquellas tardes eternas de conversaciones, se guardan con recelo en tu memoria y también, bajo tierra. El sentimiento de soledad se vuelve insólito, estúpido, cómplice.

Yo no quiero que a veces me ataque la melancolía, no más. Que el recuerdo de la Pao sea lo mejor que pueda recordar, porque no puedo imaginarme más ganas de hacer algo que de terminar de conversar con ella, de decirle con satisfacción de que iré a verla, de abrazarla al llegar a la casa, de hablarle y hablar. No, no puede existir mejor recuerdo que ese, y yo se que seguirá así, que este primer año solo marca un hito en esta historia prematura, hay tantas cosas más que compartir y que yo se que, donde sea que este ella podre compartirlo, hablarle al final del día, recordarla a veces, y extrañarla tanto hasta romper en llanto, un llanto seco, de adentro, indeseado pero tan necesario para esta alma. Y es que, aunque pasen los años, yo siempre la voy a extrañar, y siempre me parecerá todo un poco más hermoso, porque existe la vida en mi vida y ella me enseño a valorar las cosas por sobre mil razones, ¡maldición cuanto la extraño!, cuanto me gustaría tenerla aquí ahora y decirle que todo está bien, y que si lloro es porque la quiero y un año… un año no es nada.

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